Claude Monet
D’Orsay. París. 1874.
Monet es la esencia misma de la pintura impresionista. No sólo porque al contrario que el resto de sus compañeros, continuó utilizando la misma técnica y el mismo concepto de pintura durante toda su vida, sino porque su pincelada, su tratamiento del color, y el juego de luces que establece sobre el lienzo constituyen el fundamento del estilo impresionista.
Claude Monet no tuvo fácil su dedicación a la pintura. De joven demostró su talento cuando era capaz de ganarse unas monedas haciendo caricaturas de sus vecinos, y por ello mismo decidió abandonar los estudios y dedicarse a la formación artística, pero su padre se opuso a ello y sólo la intercesión de su tía, Marie-Jeanne Lecadre, aficionada a la pintura, hizo posible que inciara esa formación en París. Allí conocería a Pisarro y poco después a Renoir, Sisley y Bazille, sin que aceptara la formación académica que le habían recomendado desde su llegada a la ciudad. Como al resto de pintores de su generación el éxito de Manet en el Salón de los Rechazados de 1866, le influiría de forma decisiva convirtiéndose en una referencia para una nueva forma de entender la pintura. Pero tampoco estos principios le resultaron favorables porque el propio Manet no vio con buenos ojos su obra de 1867 Mujeres en el jardín, lo que le supuso una gran decepción, a pesar de que con posterioridad Manet se acercará a su forma de pintar y de la mano de Monet se integrará en el estilo impresionista. A todo esto, su vida personal también empezó a complicarse al quedar embarazada su novia Camille Doncieux de un niño, Jean, que nacería en una fase de mera formación de Monet, que no tiene un trabajo remunerado con el que soportar los gastos familiares que ahora le sobrevienen.
A pesar de todo, Monet continuará perseverando en una misma forma de pintar, a pesar de que ello supuso que los problemas económicos que en ocasiones llegaron a ser tan graves que le abocaron a un intento de suicidio, no le abandonaron prácticamente en toda su vida. Monet y Camille se casarían en 1870, con Courbet como testigo, y apenas un año después marchan a Inglaterra huyendo de la Guerra Franco-Prusiana. Para entonces su obra es ya la plenamente impresionista de Monet, la de sus pinceladas vivas y sus efectos de luz y color, que él experimenta incansablemente a través de series de pinturas hechas sobre un mismo lugar pero variando las condiciones de luz y color, lo que daba lugar a cuadros tan diferentes que le permitían afirmar la máxima impresionista de que la realidad no es siempre la misma y cambia con las variaciones de luz.
En 1874 participa con el grupo de jóvenes pintores en la famosa Exposición que tendría lugar en el taller del fotógrafo Félix Nadar, y en la que él asumiría un papel protagonista porque sería precisamente su obra Impressión soleil levant, la que tras la crítica recibida daría pie a la ironía del crítico L. Leroi de que aquellos pintores querían transmitir sus “impresiones”, lo que a su vez daría nombre al grupo y a su forma de pintar.
Desde entonces y hasta la década de los noventa, Monet seguirá fiel a su estilo por más que siguiera provocando el rechazo de los críticos y agravando sus penurias económicas. Hasta que finalmente su pintura empezó a entrenderse y valorarse, y Monet a disfrutar de una fama tardía pero no por ello menos merecida. Se establece entonces en el publecito de Giverny, en una amplia casa con su jardín japonés al que dedicará un buen número de sus últimas series de cuadros, especialmente las referidas a su lago de nenúfares.
En toda su obra Monet es puro impresionismo. Es en sus pinturas en las que se pueden rastrear todas las premisas que definen el nuevo estilo: la pintura al aire libre y realizada directamente del natural; las variaciones del color en función de las modulaciones de la luz; la técnica de pincelada suelta y expresiva; el sombreado enriquecido a base de color; la mezcla de los tonos superponiendo los colores sobre el lienzo para que sea nuestra retina la que los combine directamente; y sobre todo, la captación del instante en el cuadro a través de la representación de los brillos de luz, y los reflejos y reverberaciones sobre el agua como forma de detener el tiempo sobre el lienzo.
Pero más allá de esta ortodoxia impresionista, en la obra de Monet destacamos siempre su plenitud de vivacidad y esplendor, su riqueza cromática, y su indudable belleza, que nos embebe siempre y nos cautiva inundándonos de luminosidad y colorido.
Mostramos la recreación de una de sus obras: "El jardín del pintor en ARgentuil" realizada en óleo sobre tela. Enmarcada con marco de madera laqueado en color marrón claro y con paspartú entelado.