Ignacio Zuloaga
nació en Eibar, en el País Vasco, en 1870 y murió
en Madrid en 1945. Su familia se dedicaba a la fabricación
y decoración de armas de fuego.
Inició
su formación en el taller de damasquinado de su padre y asistió
con regularidad al Museo del Prado para estudiar a los pintores
clásicos. A los diecinueve años viaja a Roma y luego
a París. En la capital francesa conoce a Gaugain y a Degas
y vivirá en la Isla de Sant Louis con Santiago Rusiñol
y Miguel Utrillo. Son años de formación e intenso
trabajo, que harán que su lenguaje plástico madure.
En estos años,
se especializa en la caracterización de tipos españoles,
especialmente mujeres ataviadas con trajes de volantes, mantones,
mantillas, abanicos y flores, como por ejemplo, Mujer de Alcalá
de Guadaira. A este momento se le ha denominado como la época
de la "España blanca."
Zuloaga alternará
su estancia en París con largas temporadas en España,
y en concreto en Segovia. En París se dedicará principalmente
al retrato y desde Segovia iniciará su pintura de paisajes
y de tipos castellanos, consolidando así su otro estilo,
el de la "España negra."
En estas obras,
se observa la influencia de la tradición realista de Courbet,
a la que añadirá los recursos del impresionismo y
del postimpresionismo.
Sus paisajes
de las ciudades castellanas contienen una gran carga psicológica
que implica la identificación con el territorio. Así,
el duro paisaje castellano se convertirá en la imagen emblemática
de España. Su visión de España le identifica
con la Generación del 98, muestra la decadencia de las ciudades
y el deseo de la vuelta a la tierra y al paisaje yermo, en busca
de una autenticidad y una identidad nacional. La sobriedad, la nobleza,
y el pesimismo imperante en la generación literaria parecen
reflejarse en los lienzos de Zuloaga.
Pintó
los tipos españoles y las visiones de una Castilla ruda,
hosca y empobrecida. Se sirvió de varios elementos, como
son, la miseria y las costumbres tradicionales de los pueblos.
Recurrió
a los pueblos y a los campesinos porque en los pequeños pueblos
era donde mejor se conservaban las tradiciones, ya que en las ciudades,
el desarrollo industrial, acababa con ellas. Sus imágenes,
por tanto, muestran una España campesina, con personajes
solemnes, hieráticos y atemporales. Este estudio culminará
en obras como El enano Gregorio el botero en Sepúlveda,
Mujeres de Sepúlveda o Doña Rosita Gutiérrez.
Ignacio
Zuloaga y los paisajes
Zuloaga no fue
un paisajista cualquiera. Aunque sus comienzos estuvieron impregnados
por el impresionismo, su técnica fuertemente empastada, la
estructura de sus planos, el dramatismo y el estudio de la luz,
es fruto de una interpretación personal, llena de gran fuerza
expresiva y de segura energía.
Se interesó
por el paisaje urbano, por las viejas casas agrietadas, las edificaciones
populares y las nobles fachadas de piedra labrada desgastadas y
erosionadas que sufren el paso de los años y de la historia.
Pero en un primer momento, a este paisaje, le otorgó un lugar
secundario en el fondo de sus cuadros.
En el cuadro
Mis primas, la composición permite apreciar la desolada
y desnuda comarca, sin un solo árbol, por la que caminan
jinetes aislados o grupos de personas.
Lo mismo ocurre
con El peregrino y con el paisaje de Gregorio el botero,
donde Ávila con sus murallas es un simple telón sobre
el que destaca la figura del enano monstruoso.
Otras obras
son Casas viejas de Haro, Castilla la Vieja o Gregorio
en Sepúlveda. En ésta última, aparece representada
Sepúlveda detrás de la figura. Pero aquí el
paisaje ya no es un mero telón de fondo, sino que tiene la
misma importancia que las figuras del primer plano.
En Mujeres
en Sepúlveda, serán las propias figuras las que
conducen la mirada al pueblo medieval, con retorcidos caminos y
aglomeradas casas sobre un áspero paisaje de barrancos y
colinas.
Sepúlveda
fue, sin duda, para Zuloaga, el pueblo que mejor expresa el carácter
español, castellano, austero y adormecido en un rincón
de la historia.
Poco a poco,
va abandonando la figura humana para centrarse por completo en el
paisaje.
Paisaje de
Burgos lo concibe desde un punto de vista alto, muestra en primer
término las derruidas murallas del viejo castillo y a lo
lejos, las torres de la catedral gótica. Las nubes dotan
a la obra de gran dramatismo.
En Cerros
de Calatayud da a su pintura una sólida estructuración
que recuerda a Cezanne y al dramático empleo de la materia
pictórica de Van Gogh. Sorprende el vigor de la construcción
del paisaje por planos, la sobriedad del dibujo y de la pincelada.
En primer plano se encuentran los prados y los sembrados, después,
las montañas, y sobre ellas, las nubes.
Paisaje de Nájera, Paisaje de Motrico, Paisaje de Tarazona, Catedral de Burgos o Paisaje de Pancorbo son algunos ejemplos más.
Paisaje de Nájera, Paisaje de Motrico, Paisaje de Tarazona, Catedral de Burgos o Paisaje de Pancorbo son algunos ejemplos más.
Castilla, Aragón
y Navarra, han sido las grandes fuentes de inspiración del
paisaje de Zuloaga. El paisaje natal del País Vasco le inspiró
pocas veces, aunque en alguna ocasión también lo pintó,
como en Fuente de Eibar. En el fondo de su Corrida de
toros en mi pueblo, se inspiró en su pueblo para pintar
el paisaje vasco que aparece en un rincón del cuadro.
Zuloaga
y el retrato
A Zuloaga no
le interesa representar arquetipos idealizados, huye de concebir
el retrato como un inventario minucioso, sino que busca la nota
que lo diferencie y que mejor exprese el carácter del personaje.
Le preocupa
el carácter y el vigor expresivo, por eso sacrifica detalles,
rasgos y delicadezas y, en cambio, subraya el gesto, la acción
y la mirada, como vemos en el retrato de la Condesa de Noailles.
Entre sus numerosos
retratos destacan el de Unamuno, Valle-Inclán
o Pérez de Ayala entre otros.